Una chica está ilusionada. Ha quedado con un chico que le gusta. El primer día, él no aparece. Ella piensa: “No pasa nada, quizá tuvo un contratiempo”. Al día siguiente, vuelven a quedar, pero otra vez la deja plantada. Él le promete que es importante, que lo compensa mañana… pero de nuevo no se presenta.
Lo más probable es que pienses que ese chico es una persona poco seria, irresponsable, incluso egoísta. Alguien que no respeta a los demás ni cumple su palabra.
Pero, ¿y si esa persona fueras tú?
Tal vez nunca hayas hecho eso con otra persona, pero… ¿cuántas veces te lo has hecho a ti mismo? ¿Cuántas promesas rotas te debes? El “el lunes empiezo”, el “mañana me cuido”, “después llamo a mi abuela”, “esta semana sí voy al gimnasio”, “hoy me acuesto temprano”…
¿Qué pasa con tu palabra cuando es contigo? ¿Dónde queda el amor propio cuando tú mismo/a eres quien se falla?
Nos cuesta muy poco juzgar a los demás, pero somos expertos en justificar nuestros propios abandonos. Y no hablamos de grandes traiciones, sino de pequeñas renuncias cotidianas que, repetidas, erosionan la relación más importante de todas: la que tienes contigo.
Quizá estés atravesando un momento difícil. Si es así, permítete sentirlo. Pero también recuerda que no puedes construir una vida con sentido si no te tratas con el respeto y la ternura que mereces. Porque solo desde el amor —incluso cuando no es perfecto— se construyen los vínculos que verdaderamente importan.
El cariño como revolución: la fortaleza de lo vulnerable
Atreverse a sentir es un acto de valentía. Y en un mundo que nos empuja al individualismo y al desapego, atreverse a querer —y a querer bien— es una revolución.
Nos han enseñado a ver el cariño como algo blando, como una debilidad. A creer que la frialdad protege y que la independencia absoluta es sinónimo de fortaleza.
Pero el verdadero poder no está en cerrarse, sino en saber conectar sin perderse, en dar sin diluirse, en construir sin depender.
El cariño, lejos de debilitarnos, nos ancla. Nos devuelve al presente, nos conecta con los otros y con nosotros mismos. Porque el amor no es solo algo que sucede, sino algo que elegimos, un gesto que reafirmamos en los pequeños detalles, en la constancia, en la presencia.
1 × 0 = 0: el amor necesita reciprocidad
Podemos darlo todo en una relación, pero si la otra persona no pone de su parte, el resultado seguirá siendo cero. 1 × 0 = 0. Y lo mismo sucede si multiplicamos por un número infinito: 947958674 × 0 sigue siendo 0.
Este principio no solo se aplica al amor de pareja, sino a cualquier vínculo humano. Si damos sin recibir, no estamos en una relación, sino en una entrega unilateral que, tarde o temprano, nos vacía.
La reciprocidad no significa que todo deba ser exacto o medido, sino que ambas partes estén en la misma ecuación. Amar no es sacrificarse ni perderse en el otro, sino construir un espacio donde ambas personas crecen.
Los innegociables: el amor se cuida con límites
Una idea equivocada sobre el amor es que implica aceptarlo todo. Pero el amor no se mide por cuánto aguantamos, sino por cómo nos cuidamos dentro de él.
En una relación —de pareja, amistad o familia— es fundamental establecer límites claros. ¿Cuáles son tus no negociables? Respeto, lealtad, espacio personal, comunicación honesta… Tenerlos definidos no es un acto de egoísmo, sino de amor propio.
Cuando establecemos lo que no estamos dispuestos a tolerar, protegemos el amor de la erosión que genera la falta de respeto, el desgaste emocional o la sumisión disfrazada de amor incondicional.
¿Y si la clave del amor estuviera en la relación que tienes contigo mismo?
Hemos hablado del amor como conexión, como valentía, como reciprocidad. Pero, ¿qué pasa si el amor que damos y recibimos no depende tanto de los demás, sino de nosotras mismas?
Si nos tratamos con amor, será más fácil aceptar el amor de los demás. Si nos criticamos constantemente, es probable que busquemos en otros la validación que nos negamos a nosotros mismos. Si no sabemos estar en paz en soledad, quizá confundamos el amor con la necesidad de compañía.
Antes de preguntarnos si hemos encontrado el amor, tal vez la verdadera pregunta sea: ¿cómo es la relación que tengo conmigo mismo/a?
Porque ahí, en ese espacio invisible pero poderoso, empieza todo lo demás.
El amor no es solo un impulso biológico ni un ideal romántico. Se construye con química, sí, pero también con consciencia y compromiso. Amar bien implica aprender a dar, a recibir, a poner límites y, sobre todo, a cultivar la relación más importante de todas: la que tenemos con nosotros mismos/as.
¿Cómo saber si necesitas trabajar tu amor propio?
A veces no es tan evidente que falta amor propio. No siempre se manifiesta como una baja autoestima evidente o como una tristeza reconocible. Puede aparecer de forma más sutil y, sin embargo, tener un gran impacto en nuestra vida emocional. Estas son algunas señales que podrían indicar que necesitas trabajar en tu relación contigo mismo/a:
- Tener una agenda siempre llena: Mantenerse ocupado/a en exceso, sin espacio para el descanso o el silencio, puede ser una forma de evitar el contacto con uno mismo/a. Como decía una paciente: “Si me detengo, me asusto. Prefiero no pensar demasiado.”
- Dificultad para estar solo/a: Sentir ansiedad o incomodidad en la soledad, buscando siempre estar acompañado o distraído, puede reflejar una falta de conexión interna.
- Buscar constantemente validación externa: Necesitar la aprobación de otros para tomar decisiones o sentir que vales puede ser una señal de que tu autovaloración está debilitada y dependes emocionalmente.
- Tolerar relaciones poco recíprocas: Mantener vínculos donde das mucho y recibes poco, como se menciona en el texto (“1 × 0 = 0”), puede hablar de una idea distorsionada del amor y de ti mismo/a.
- Crítica interna constante: Si tu diálogo interno es más duro que compasivo como si fueras una tirana contigo mismo/a, es difícil construir una base sólida de amor propio.
¿Cómo podemos ayudarte desde la terapia?
En el Centro de Terapia Breve Ana Belén Medialdea, comprendemos que la falta de amor propio puede manifestarse de diversas maneras, como la necesidad constante de validación externa, la dificultad para establecer límites o el temor a la soledad. Nuestro enfoque se basa en la Terapia Breve Estratégica, una metodología que busca soluciones eficaces en el menor tiempo y con el menor sufrimiento posible.
Nos centramos en el presente, analizando cómo se mantiene el problema actualmente, más que en buscar sus causas en el pasado. A través de una intervención personalizada, te ayudamos a comprender y modificar las estrategias que, aunque bien intencionadas, perpetúan tu malestar.
Desde la primera sesión, trabajamos en definir objetivos concretos y alcanzables, adaptando el ritmo del proceso terapéutico a tus necesidades. Te proporcionamos herramientas prácticas para que puedas actuar de manera diferente y construir una relación más saludable contigo mismo/a.
Nuestro objetivo es que, al finalizar la terapia, no solo hayas resuelto el problema que te trajo a consulta, sino que también hayas adquirido recursos personales que te permitan afrontar futuras dificultades con mayor confianza y resiliencia.
1 comentario en «Cuando la persona que te falla eres tú también duele. El amor que te prometiste»
Me parece genial la reflexión. El amor, lejos de ser una debilidad, es una fortaleza. Y comienza por quererse bien a uno mismo.
Gracias